Gestión prospectiva del agua en Mendoza: pasado, preesente y futuro

Época del Virreinato del Río de la Plata

El 1 de agosto de 1776 el Corregimiento de Cuyo fue separado de la Capitanía de Chile e incorporado al recién fundado Virreinato del Río de la Plata. Esta estructuración provisional, firmada por Carlos III, fue ratificada al año siguiente por la Real Cédula del 27 de octubre de 1777.

Se configuró así una nueva realidad geopolítica. Buenos Aires fue erigida en capital virreinal y su puerto habilitado al comercio con España. Así se inicia un vertiginoso proceso de centralización de poder y riqueza que impactó notablemente en el desarrollo de las áreas interiores.

En 1787 el Corregimiento de Cuyo desapareció como entidad política, según la Ordenanza de Intendentes promulgada entre 1782 y 1783 por el soberano. Mendoza, San Juan y San Luis pasaron a ser comandancias de armas y distritos de la Intendencia de Córdoba, una de las dos en que se dividió la antigua Gobernación de Tucumán.

El Gobernador Intendente de Córdoba el Marqués de Sobremonte, en su segunda visita a esta zona  en 1788, encargó al arquitecto Don José Ponte una obra de derivación sobre el río Mendoza (los restos se conocen como “Toma de los Españoles”). También se construyó un desagüe abierto en el Zanjón a los efectos de evacuar continuamente parte del caudal, en la actualidad denominado Rama Desagüe.

En 1791 finalizaron las obras de la denominada Toma de los Españoles para remediar los estragos producidos por las inundaciones. Con esta obra se intentaba solucionar la regulación de la entrada de las aguas de riego al canal y la desviación de los excedentes por el cauce del río hacia abajo. Además, impedir que los materiales de acarreo, tanto del propio río como de los cauces secos que vienen del Oeste, invadiesen el cauce del Zanjón formando los embanques tan perjudiciales al libre curso de las aguas. También sirvió para desviar las crecientes que bajan de los cerros y la adaptación del canal principal para recibirlas.

Cabe mencionar aquí que sólo se consiguió en parte el primero de los objetivos planteados, mientras que el resto se lograron en gran medida más de cien años después con el dique que construyó el ingeniero italiano César Cipolletti a unos tres kilómetros aguas debajo de la Toma de los Españoles.

Por entonces, Mendoza tenía una economía diversificada entre la agricultura, incipientes industrias, ganadería, extracción minera (plata y cobre de Uspallata) y comercio. Su población total se estimaba en 13.318 habitantes, entre los que sólo el 1 % era español. Predominaban los criollos (más del 42 %) y los indígenas, en gran parte desarraigados por los encomenderos chilenos hacia sus propiedades trasandinas, quienes constituían con los mestizos un 22% de la población, inferior incluso al número de esclavos negros (33,5%).

Las áreas pobladas eran surcadas por los grandes ríos Mendoza y Tunuyán y sus afluentes (Valles de Güentata, de Uco-Juarúa y de Uspallata). También, gran parte de la población aborigen se mantenía en las lagunas de Guanacache, en el límite con San Juan. El resto de los pobladores aparecía disperso en estancias agrícola-ganaderas y mantenía una actividad pecuaria de montaña, caracterizada por el traslado de animales a potreros de invernada y veranada, hacia valles situados a distintas alturas. A las pasturas altas llegaba el ganado de estancias de ambas vertientes de la Cordillera los Andes mediante los numerosos pasos cordilleranos.

La ganadería contribuyó a desarrollar una cultura regional andina con fuertes vinculaciones que persistieron hasta fines del siglo XIX. En las estancias ganaderas se llevaba a cabo una vida aislada y sencilla. Muchas de ellas fueron también postas en los caminos y fortines en las áreas de frontera con el indio (especialmente las del Valle de Uco). A fines del siglo XVIII, además de la ciudad de Mendoza, existían numerosos pueblos fundados por la Junta de Poblaciones de Chile: San José de Corocorto (en el actual Departamento de La Paz), sobre el río Tunuyán; también Rosario, Asunción y San Miguel de Las Lagunas.

El Virreinato del Río de la Plata duró menos de cuarenta años, período breve, pero de grandes cambios y progresos impulsados por la nueva administración del Siglo de las Luces.

En Mendoza se mejoraron las defensas aluvionales con la apertura del canal Oeste (Jarillal), un tajamar o desagüe al Sur de la ciudad y una toma del río con murallón de cal y canto y nuevas compuertas. Se amplió la red de riego, tanto a partir del Zanjón Guaymallén como de otras fuentes. El canal de Corocorto (hoy La Paz) posibilitó el cultivo de nuevas áreas y la mejora de las comunicaciones por la travesía del Tunuyán.

En ese tiempo se consolidó el itinerario de postas desde Mendoza hasta Córdoba y el Litoral, lo que estimuló las vinculaciones comerciales. El principal comercio fue de vino y aguardiente. Se estima, en la década de 1790, un movimiento de 15.000 carretas.

En las estancias del Valle de Uco se intensificó el desarrollo ganadero después de las exitosas campañas de Amigorena, entre 1783 y 1792: el cese de los temidos malones aborígenes del Sur ayudó a la expansión del poblamiento.

En 1805 el Comandante Miguel Vélez Meneces mandó a practicar una derivación en el río Diamante con la intención de proveer de agua a un fortín y a su población instalados en el Sur provincial. 

En 1808 la introducción del álamo de Lombardía, traído en estacas por Juan Cobo, condujo a un cambio decisivo en la configuración del paisaje mendocino. Las alamedas plantadas para generar sombra, como bordes de propiedades o como barreras contra vientos a orillas de canales y acequias, agregaron un elemento clave en la identidad del ambiente rural.

Estos árboles también fueron importantes en el desarrollo de la arquitectura local, hasta entonces, muy pobre en madera. Las típicas construcciones de tapia y adobe con generosas bóvedas y cúpulas de tierra, pronto se reemplazaron por techumbres de largos rollizos de álamo que sostenían encañados cubiertos por la tradicional torta de barro. Entonces se generalizaron las anchas galerías frente a las habitaciones de las casas como excelente protección de los rigores del sol abrasador.